Formado en 1999 por los siete países más poderosos del planeta, Rusia, la Unión Europea en bloque, y las naciones con economías emergentes como China, India o Brasil, el G-20 es quien actúa como foro acerca de la economía mundial. En los últimos años ha tratado de resolver el problema de la crisis financiera global.
Tras la reunión de noviembre de 2009 en Edimburgo, este grupo de notables de la política mundial decidió reavivar la idea de introducir un impuesto sobre las transacciones financieras internacionales con el objetivo de reducir la especulación. Con los fondos obtenidos se deberán sufragar medidas que permitan fortalecer el sistema financiero internacional.
Sin embargo el propio G-20 dio marcha atrás en la cumbre celebrada en Toronto el último fin de semana del mes de junio. En ella quedó patente la división entre sus miembros acerca de la estrategia a seguir en este sentido. De un lado se posicionó Estados Unidos, cuya política impulsada por el presidente Barack Obama consiste en aumentar el estímulo fiscal y la inversión para salir de la crisis y, del otro, la postura de la mayor parte de los países europeos, que abogan por contener el gasto en una muestra de política neoliberal. De esta manera el G-20 acordó dejar libertad para imponer o no una tasa bancaria, incluyendo una recomendación de ajuste fiscal un tanto leve.
Obama contra Merkel
Obama acudió a la cita con la intención de convencer a los líderes europeos -especialmente a la germana Angela Merkel- de que flexibilizaran sus políticas de consolidación fiscal y de que mantuvieran, como mínimo, una parte de los estímulos públicos a la economía. Pero Alemania ha hecho valer en la Unión Europea su tesis de que exportar y ahorrar es lo más adecuado y considera que, tras la tragedia griega y la amenaza de caída de España y otras naciones, resulta inaplazable un rápido y preciso proceso de consolidación fiscal. Es decir, sanear las cuentas… a costa de mermar el crecimiento.
Finalmente el G-20 se posicionó a favor de un ajuste fiscal “diferenciado y ajustado a las circunstancias nacionales”, precisando el compromiso “de los países desarrollados para reducir el déficit a menos de la mitad para 2013” y tratar de reducir así la deuda pública. Además un par de frases de la declaración acordada dejan patentes las diferencias entre los grandes líderes, pues se señala que “el ritmo de ajuste debe calibrarse cuidadosamente para sostener la recuperación de la demanda privada. Un ajuste sincronizado entre varias grandes economías puede afectar de forma adversa a la recuperación”.
Es decir, que cada Gobierno haga de su capa un sayo… y sanee su economía como pueda. Una vez más ha quedado demostrado que los grandes líderes de la política mundial no se atreven a adoptar medidas que pongan freno al derroche y a las actitudes de las entidades financieras, quienes siguen poniendo las normas que consideran oportunas, sometiendo a las mismas tanto a políticos como a ciudadanos mientras las economías privadas de las familias continúan sufriendo sus abusos. La próxima conferencia del G-20 tendrá lugar en Seúl los días 11 y 12 de noviembre.