Unas pocas empresas controlan un porcentaje cada vez mayor del comercio de alimentos. Su forma de distribución genera dificultades a los consumidores a la hora de optar por sus decisiones de compra, así como graves impactos ambientales y sociales. Apenas un grupo de sólo 250 empresas concentra las ventas del comercio minorista de todo el planeta, y entre ellas de distribución de alimentos. En nuestro país destacan grandes cadenas de alimentos como Mercadona, Carrefour y Alcampo. El objetivo es obtener beneficios a toda costa y a cualquier precio, lo que contribuye a degenerar las pautas más razonables de consumo.

Una de las consecuencias de estas políticas comerciales es que cada día se retiran ingentes cantidades de comida para ser destruidas, en un planeta en el que 900.000 millones de personas pasan hambre. Como hemos señalado, el hecho de que el mercado está en manos de cada vez menos empresas, las hace más poderosas tanto en su relación con los proveedores (en muchos casos, pequeños agricultores que ven cómo los ajustes de precios a la baja hunden sus economías familiares) como con los consumidores, a los que apenas se les dan opciones reales de escoger sus productos. A esto hay que sumar la creciente influencia de los mercados financieros en la disponibilidad de alimentos, ya que en estos años de crisis mucho del capital de riesgo ha apostado por invertir en la agricultura, como si de un negocio financiero más se tratara.

 Apuesta por la sostenibilidad 

Frente a esto, los consumidores tienen una herramienta muy poderosa: su decisión de compra. Para contribuir al cambio hacia un modelo sostenible, el primer paso es no solo informarse sobre qué hay tras cada producto, más allá de su etiqueta (¿Se ha producido de manera ecológica? ¿Han cobrado un salario justo los trabajadores? ¿Contribuye a fijar población en el medio rural? Etc…). No solo hay que esperar a que nos den la información: hay que exigirla. Esta información nos servirá para evaluar si un alimento cumple o no las tres patas que lo hacen sostenible: justo con la sociedad, respetuoso con el medioambiente y viable económicamente.

En el caso del medio ambiente, hay que valorar que sean alimentos producidos en cercanía (no ha sido necesario un largo y costoso transporte), de temporada, sin uso de pesticidas y fertilizantes agresivos con el entorno, que se realicen a partir de variedades o razas autóctonas, etc. En el aspecto social y económico, se ha de valorar que sean alimentos producidos y distribuidos de manera que se garantice un precio justo tanto para agricultores como para los consumidores.

 Hay que exigir transparencia 

Lamentablemente, y a pesar de los recientes cambios en la normativa de etiquetado, estos son datos a los que los consumidores siguen sin tener acceso en muchos casos. Si bien las marcas blancas pueden ser una buena opción para la economía familiar, no hay que perder de vista que las grandes cadenas de distribución se sirven de ellas también para atar a los productores que los proveen a determinadas condiciones abusivas, sin que el consumidor se entere. La mejor manera de llevar a cabo un consumo sostenible y responsable es observar, comparar y cuestionar los diferentes modelos de consumo que se dan en nuestro entorno.

 Algunas propuestas para evitar el desperdicio de alimentos 

El gobierno francés va a proceder a ilegalizar el desperdicio de alimentos en los supermercados para que cambien la práctica de rociar con lejía la comida que tiran por donaciones a bancos de alimentos. En Suecia, el 99% de la basura se recicla y todos los desechos se destinan a la producción de energía. Es más se importa residuos de otros países para ese fin.

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