CaixaBank: “Gracias al nuevo sistema de pago, los consumidores ahorran tiempo, ya que acercar la tarjeta al datáfono és mucho más fácil y ágil que el pago convencional”. Banco Sabadell: “Con las tarjetas sin contacto las transacciones son más cómodas, ágiles y rápidas para usted”. Bankia: “Es cómoda: no necesitas llevar ni buscar monedas. Es segura: nunca dejas de tener la tarjeta en la mano”.
Así presentan algunos bancos las llamadas tarjetas contactless (sin contacto) que ya han empezado a comercializar. Su pretensión, según defienden las entidades, es facilitar los pequeños pagos cotidianos, aunque detrás de la premisa de mejorar la comodidad y agilidad para pagar un café, el periódico o el pan existen considerables ventajas económicas para las entidades y ciertos riesgos para los consumidores. En este caso, los avances tecnológicos no van acompañados de mejoras en la seguridad.
Las entidades han decidido apostar por estas nuevas tarjetas y lo han hecho sin preguntar a quiénes las usan. Según una empresa fabricadora de estos nuevos sistemas de pago a principios del 2011 había en el mundo alrededor de 170 millones de tarjetas contactless y la previsión es que esta cantidad aumente cada año hasta el 2016, cuando habrá alrededor de 1.000 millones de tarjetas emitidas. Algunos cajeros ya están equipados con esta tecnología y la mayoría de bancos españoles ya han empezado a anunciarlas y muchos a comerciarlizarlas. Seguramente te habrá llegado a tu casa tu nueva tarjeta contactless con una explicación llena de ventajas según la banca pero, ¿alguien te ha preguntado si la quieres? Lo más seguro es que no. Esta decisión unilateral está llena de intereses para la banca y ciertos elementos que se ponen en duda para el beneficio de las usuarias.
¿Cuál es su funcionamiento y regulación?
Las tarjetas contactless emiten el pago sin contacto mediante tecnología inalámbrica de corto alcance Near Field Communication (NFC). Eso significa que no hay que insertar la tarjeta en ningún lugar para que se lea la banda magnética ni el chip de la tarjeta. Estas tarjetas permiten hacer pequeños pagos del día a día hasta 20 euros sin necesidad, tan siquiera, de teclear el número PIN, firmar o enseñar el DNI. El comerciante debe teclear el importe, luego la persona que realice el pago acerca la tarjeta al datáfono, se le emite el recibo y listos. Solamente se requiere alguna medida de protección cuando la cifra se eleve más de 20€ euros entonces sí que se debe teclear el PIN.
Los riesgos de fraude aumentan
¿Ahorrarnos los 10 ó 15 segundos que implican tener que teclear cuatro cifras en un datáfono compensan el riesgo que asumimos? La respuesta es “no” para los consumidores pero “sí” para las entidades. La comodidad de hacer un pago de una forma más rápida, argumento que defienden las entidades para la comercialización de estas tarjetas, choca con la evidente falta de seguridad puesto que sí, se pueden realizar pagos de un modo más rápido, pero ¿quién puede asegurar que la persona que realiza el pago, al menos para compras inferiores a los 20 euros, es la dueña de la tarjeta? Las entidades son conscientes de la desconfianza que generan estas tarjetas pero no oponen medidas suficientes. Se empeñan en dar servicios de “protección total” como servicios gratuitos de alerta por SMS de cada operación, nada nuevo, o fundas inhibidoras de frecuencia para protegerse de la posibilidad de que alguien obtenga los datos de la tarjeta mediante teléfonos inteligentes u otros lectores.
A pesar de todo esto, las posibilidades de fraude, ya elevadas en los medios de pago, se incrementan en el caso de las tarjetas contactless y las entidades obligan al propietario a hacerse cargo de los primeros 150 euros en transacciones fraudulentas. Algunas entidades, como el Banco Cooperativo Español (Cajas Rurales), sostienen que en caso de pérdida o robo estas tarjetas garantizan la reposición de los importes de transacciones fraudulentas. Aunque parezca muy bonito la cuestión está en la dificultad de demostrar el fraude, frente a lo que la entidad se puede lavar las manos. Además, muchas compras por Internet no requieren identificación por lo que si se usara la tarjeta de un modo fraudulento la limitación de los 20 euros no sería efectiva en estos casos.
En otra línea una de las ventajas que, según la banca, ofrecen las tarjetas contactless es no tener que dejar la tarjeta en manos de otra persona para realizar el pago. Sin embargo, esto ya está estipulado en la legislación vigente con la normativa de pagos que introdujo las novedades de los datáfonos WiFi para que quién realizase el pago no perdiera nunca de vista su tarjeta e, incluso, la introdujera con sus manos en el terminal.
Para la banca todo son ventajas
Otro de los argumentos comerciales que defienden es el de no tener que llevar efectivo encima para pequeños pagos como un billete de autobús, el pan o un café. A esta idea también añaden otras como: evitar el riesgo de manipulación de efectivo, evitar la entrada y salida de billetes falsos, el menor desgaste de estas tarjetas frente a las convencionales, que aunque el comercio no disponga de lector TPV (el necesario para pagar con contactless) se puede usar la tarjeta igualmente del modo convencional… Todos estos argumentos se demuestran totalmente interesados para las entidades puesto que más pagos con tarjeta significan más ingresos por comisiones además de las ganancias que adquieren por la venta o alquiler de los datáfonos a los comercios; las transacciones con monedas o billetes no les generan ningún tipo de interés.
Frente a las incitaciones al consumismo, capacidad crítica
Más allá de los beneficios económicos que puede obtener la banca con estas tarjetas y de los riesgos de fraude que tiene que asumir quién decida obtener una, también hay otros factores sobre los que vale la pena reflexionar. Kutxabank puso en marcha este mes de mayo una campaña de promoción del sistema contactless en Álava con distintos premios, regalos y sorteos dirigidos a las personas que abonasen sus compras con las nuevas tarjetas: 1.000 vales de compra gratis de Kutxabank, 5.000 “pintxopotes” que los bares regalan a quienes paguen con la tarjeta o sorteos de compras por valor de 100 euros son algunos ejemplos de esta campaña consumista.
Este es un ejemplo de lo que la banca quiere puesto que sí, es cierto que pagar con tarjeta suele ser más cómodo que hacerlo en efectivo, pero también es verdad que no ver el dinero físicamente puede hacernos más propensos al gasto. Si se paga habitualmente con el dinero de plástico es más difícil controlar el gasto y se puede caer en el error de gastar más de lo que en un principio se tiene calculado.
Con cualquier producto financiero hace falta actuar con responsabilidad pero más aún con los medios de pago, utilizados más a menudo y elemento de gestión del presupuesto mensual. Aunque la banca defienda que pagar con tarjeta permite llevar un mayor registro de lo que gastamos, las tarjetas contactless -al pretender sustituir el dinero en efectivo con la opción de pagar pequeñas cantidades- son un elemento que incita al consumismo desmesurado. Frente a eso, entra en juego la capacidad de las personas consumidoras de ser críticas y reflexivas para no caer en el juego de consumir sin control.